literatura venezolana

de hoy y de siempre

«Bajo las hojas», de Israel Centeno

Por José Ygnacio Ochoa

La novela de Israel Centeno Bajo las hojas (Alfaguara, 2010) se sitúa en Londres (primer capítulo) como espacio físico y real. Luego caemos en cuenta que Julio, su protagonista, tiene puesta su mirada en Caracas. Que para los efectos del desarrollo de la historia es  igual. No es suficiente estar con Victoria en la cama del hotel de Camden Town de Londres. Él conjuga su pasado con las heridas en su espalda que se traduce en un presente aparente. Es la erotización de un momento alucinador con el dolor del recuerdo en sus vértebras. Se cruzan los poetas leídos, Gerbasi y Vallejo, sobre todo este último, poeta a quien menciona media docena de veces y quien  aparece continuamente en el deambular de su pasado: Pasado y presente en un escritor que busca su voz particular con la escritura. El ideal de la escritura no se corresponde con un presente de la novela lleno de ausencias e imposibilidades que sólo Julio podrá remediar, eso creemos, veremos en Un hombre viejo y encorvado me ve desde la puerta (segundo capítulo) qué acontece en el devenir de la historia de la novela. Lancelot y Ginebra, Almodóvar, Freud, Keats y Carl Jung se cruzan en este camino incierto en la vida de un escritor que está en el anonimato. Su amigo Rubén Tenorio, exguerrillero e investigador privado, se visualiza en su retrospectiva en aquellas cuitas por la Caracas de él. Porque cada habitante de la ciudad tendrá una manera particular de sentirse caraqueño. En el fondo son diferentes. No existe otra posibilidad. Otro misterio es la presencia de Los Argonautas Jungianos de los Últimos Días. No sabemos si llegan para restituir el equilibrio de las emociones desde el inconsciente.

La historia  toma cuerpo, en tanto la lectura. Es como si todos estuviéramos bajo  una observación constante por alguien que está en un sueño. La noción del arquetipo cobra relevancia con  la experiencia del protagonista para redefinir un rostro desde un sueño alquímico. Será entonces la búsqueda de un origen que se descubre en buena medida con las conjeturas del inconsciente. Está acompañado de una entidad —sombra-sabio— que se materializa con la imaginación del personaje, lo persigue o mejor lo acompaña para decir algo. Busca explicaciones del yo soy, la voz que le dicta: hay que sacar lo de adentro para ser habitados por la palabra (p. 54) es la inversión del espejo para reconocer la dualidad en el no tiempo. Viaje que atestigua sucesos de un supuesto escritor fracasado que encuentra en la palabra un espacio interior, lo no visto, lo no tangible pero muy cierto por cuanto la palabra lo registra como el signo: Caracas, Londres, el Cementerio General del Sur. Estará acompañado por Démeter, Safo, Antígona, Ulises y el hombre de color verde como el duende son espacios y personajes que lo transforman como materia orgánica en escritura. Espacios reales y personajes que intercambian cuadros escénicos en su memoria. El drama se expresa desde adentro en microsecuencias desde la memoria de Julio que interviene en el exterior. Los sueños fragmentados, al servicio del lector, entonces pueden ser la clave para llegar a una existencia subyacente. Luego, Julio vuelve a Londres. El evento (nacimiento-muerte-separaciones), las figuras (dios/diablo-padres-el héroe/sabio) o el motivo (creación/destrucción-imágenes) como elementos arquetípicos desaparecen. Londres es la explicación. Caracas es su otra naturaleza. El personaje una contradicción como la vida convertida en una asimilación cósmica.

Es una escritura en constante desarrollo: El parque está en el fondo (tercer capítulo). Ella, la escritura, se  devela  desde los sueños de su infancia, desde las evocaciones como  el simple hecho de caminar por las calles de Londres oscura y amarilla. Londres es un inicio para Julio: iba con la cara pegada al mentón, de vez en cuando se detenía y miraba hacia los lados, buscaba reconocerse en el paisaje, reconocer algo, a alguien, esa tarde-noche le era familiar, lo sabemos, transitaba anónimo…(p. 86)…pero no todo va en sentido cronológico, prefigurado, no. Existen saltos en la historia o en la memoria de Julio. Julio no permite que el narrador contemple su pasado de manera lineal. El personaje adquiere autonomía o lo pretende. Quién habla. Quién cruza los poemas de Neruda en otro contexto discursivo. Thatcher, Al Qaeda, Gorbachov  quedan en el recuerdo, Julio no, pues vuelve a Europa transcurrido el tiempo procurando la palabra para una historia. Aunque piense en Ana y en Tania, le dice a Victoria que piensa en ella. Victoria cataloga a Julio de nadie, él es nadie. Aparecen personajes extraños, que luego desaparecen, personajes que le golpean y hasta lo increpan. Julio y Victoria permanecen juntos físicamente, pero sus pensamientos van en otras direcciones. Una suerte de soledad convocada por una necesidad del argumento de la novela. Las piezas van moviéndose según el no retorno de los pasos de Julio: No puede regresar. Lo intenta, mas no lo logra. Es una confusión de tiempos y espacios en la vida del personaje.

La narración está cercana al lector. Éste la huele, la siente. Entonces, Rubén Tenorio vuelve en María Inmaculada (cuarto capítulo) para darle sentido a la historia de la novela: Su novela ha sido una y no la conduce a ninguna parte, una novela no debe ser conducida porque una novela no se mueve, una novela es y crece,… se expande, se estrella, se hace tortilla, en eso pensaba Rubén Tenorio; ha sido el oficio de su vida, juntar otras novelas y convertirlas en una, en la que escribe y no termina de escribir…(p. 129).  Se convertirá en el encantador (¿chamán?) de la trama, en donde personajes, historias y ambiente  serán oníricos con la inmensidad de un espacio íntimo. Podrá ser un mundo posible para él en tanto la inverosimilitud arropa los fragmentos que contengan metáforas de la vida. La historia toma significación en tanto la interpretamos por fragmentos. La totalidad está en la lectura. La estrategia, de existir, está en los signos que van apareciendo, no como categorías establecidas, no, en todo caso es la fuerza del significado de la palabra puesta en un campo simbólico, a partir de ese momento la escritura coloca de un lado el sometimiento riguroso para asimilar el otro sentido: La otra disposición de la palabra. Es la búsqueda del escritor y por consiguiente, la búsqueda del lector. Es una suerte de parábola cruzada por una larga línea dispuesta en el papel (elemento figurado),  en donde proliferan giros poéticos, embelesos, distracciones, caídas, desencuentros, despedidas, frases con un performance de instantes y momentos  envueltos en un encanto,  en donde se cavila la aparición-desaparición del mundo. Lo descrito anteriormente no es gramática para el estudio, es en todo caso, el sentido de los signos que nos orientan a un mundo sugerido de la poética. No se ignora la palabra, se redescubre en la novela de Centeno. Atendiendo a los conceptos y teorías establecidas podríamos afirmar que es un viaje sin retorno, pero sucede que, y así lo asumimos, esta experiencia lectora es un encanto a la desintoxicación de los estados de ánimo. Se relega el concepto establecido y se dispone un vocabulario alterno con un contexto emocional diferente: la lectura. Dicho lo anterior, el alfabeto de Centeno está en separarse del sentido habitual para acercarse a otras claridades dispuestas en el espejo de la escritura. Rubén Tenorio (como personaje constructor) lo corrobora en la mirada de los personajes. Un espejo que debe visualizarse desde el adentro, debe refractar la memoria al considerarse el texto como un símbolo de la evocación de los sentidos en la interpretación al desnudo de las palabras. Cada palabra es una distinción con vínculos sin miserias. Será una nueva vida que proviene de lugares insospechados. La escritura nos seduce. No hay excesos y si acaso lo hubiere, el personaje los asume como su símbolo inmaterial: espiritual. No habrá razones, ni métodos. Cada lector encontrará el modo, como lo he conseguido yo desde mi experiencia como lector.

El hecho de habitar en un espacio nos lleva a la evocación de la palabra y esta a su vez, nos lleva a un destino. ¿Dónde está el espacio, es el país, en  la casa o en el lugar de trabajo? El espacio estará en la respiración de María Inmaculada, en el cristal empañado de una historia inconclusa, quizás con la muerte. Creada por el relator, ¿otro personaje? Cuando leemos frases como: /…ambos pasearon por el callejón polvoriento…/…como dos luciérnagas por la calle…/…con la brisa de polvo y de basura…/…faroles sin bombillos…/… tu covacha a orillas del Guaire…/qué me dejan estas palabras, nada alentador, aunque el otro significado se lo dará el lector porque en estas frases está la otra vida, la que no se descubre ante lo señalado, es lo tangible ante al olor de la lectura, ella lo suaviza, lo permea en la madrugada o en cualquier hora del día. Lo que intentamos decir es que la lectura lo humaniza. El desgarro, el maltrato o el feminicidio se visualiza, no es pretender hacer un acto aleccionador, pero es una realidad que adquiere un  nombre por vía de la historia de esta novela.  Rubén Tenorio indaga, investiga para escribir un final sin derrotas. En Los hongos del alma (capítulo cinco) volvemos a encontrarnos en Londres. Julio escribe una historia que no está aprobada por los otros relatores. Pretende cambiarla. Los sueños y la realidad se cruzan intermitentemente. Las separaciones, los desconciertos y un mundo en donde está un libreto a seguir son alterados por Julio. Es como si los hongos estuvieran en la memoria de los personajes y estos luchan para deslastrarse de la conciencia que les ha correspondido vivir. Es decir, cada personaje contiene su historia. En consecuencia cada historia tiene una intención dibujada por el relator. La inconsciencia los asalta de momentos y en esos sobresaltos la vida les cambia. La realidad los separa pero los sueños los une y lo que es sueño para otros para Julio es su verdad: Dora (acompañante y protectora) y  Bill (el cazavampiros) personajes que son incorpóreos al resto: son personajes que le dan fortaleza a Julio para seguir desarrollando la historia. Los olores y sabores  ayudan a crear la imagen en la memoria de Julio. En Cuando el bosque se mueva (capítulo seis) es como si todo fuese un virus. Todo se trata de una realidad intervenida. Vuelve el inconsciente y la figura del arquetipo. Perspicacias en la utilización de los referentes, tal es el caso cuando nombra al poeta venezolano Rafael Cadenas con su poema Derrota, (muy celebrado en su momento). Creo que siempre quedamos expuestos cuando no estamos en el contexto deseado. El hombre por su naturaleza esquiva se comporta así. Pues, sucede como los personajes de la novela. Vamos quedando sin piel y nos enfrentamos ante la muerte, mejor dicho, ella nos irrumpe desvalidos ante tanta verdad junta. Si relacionamos elementos políticos con creencias espirituales estás combinaciones son peligrosas y delicadas —tema de otra conversación—. Los resultados no serán halagadores: El poder relata la historia. La historia no relata al poder (p.316).  El libreto está. Los personajes procuran librarse de ello. Rubén Tenorio en Primavera en Adelaide (capítulo siete y último) no logra mantener ese guión establecido. Julio se sobrepone y logra alcanzar la voz que en primer capítulo le era esquiva. Altera el final para que Rubén Tenorio escriba otra historia. Cada personaje comporta un espejo diferente por consiguiente serán como si actantes y relator son uno por momentos. Historias marcadas por la presencia —lo físico— y por las ausencias  —lo inmaterial—. Personajes que contienen su propia intensidad y magnitud que merecen ser  desentrañados con la lectura.

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