literatura venezolana

de hoy y de siempre

Amor que mata

Rafael Guinand

Personajes

  • SALOMÉ
  • LOLA
  • EUFRASIA
  • LUIS
  • CASIMIRO
  • SEBASTIANCITO
  • DON SEBASTIÁN        
  • ROQUE
  • INVITADOS, INVITADAS Y CORO GENERAL

La acción en un pueblo de Venezuela (Época actual)*

ACTO ÚNICO

CUADRO PRIMERO

La escena representa el comedor de una posada de pueblo. En el centro una mesa cuadrada con un mantel doblado, una pimpina, un frasco bocón lleno de encurtido, sillas de cuero. Izquierda, una puerta que da a la habitación de Lola; derecha, con otra que da a la cocina, y al foro puerta y ventana que se supone da a la carretera. Al levantarse el telón la escena aparece sola; música  describiendo el amanecer, es muy de mañana, se oye la campana del “angelus”.

(Coro interno)

Ya viene la aurora

Que bello está el día

Con tu amor mi vida

Más bello estaría

(Voz sola. Tiple)

Felices las flores

Que las ama el sol

Pues la vida es triste

Cuando no hay amor.

(Coro)

La vida en el campo

Tiene más belleza

Arriba al trabajo

La faena empieza

(Al terminar el coro aparece Salomé)

SALOMÉ – (saliendo de la cocina) Gua y esos no se han levantao toavía; (señalando al cuarto de Lola) me dijeron que los llamara temprano, y tres veces los he llamao, pero ellos ná. También es que a esa gente le gusta  mucho dormí de día. Aunque dicen que es maldá despertá a un matrimonio cuando hace frío, que carriso! Yo los voy a volvé a llamá por lo mismo. (Se acerca a la izquierda y llama) Doña Lola, Don Luís.

LOLA – (dentro) Qué hay?

LUIS – (dentro) Qué hora es?

SALOMÉ – Yo creo que ya serán las cinco y media; porque  el burro ya rebuznó hace rato.

LUIS – (dentro) Bueno mujer, ya vamos.

SALOMÉ – Y el flojo e Casimiro tampoco se ha levantao, allá está en el pesebre enrrollao en su cobija: mi tía en su catre roncando más que un furruco. Dios mío, que sueño tiene hoy to el mundo, parece que han comío mondongo. Casimiro! Casimiro! (Va a hacer mutis por la cocina, a tiempo que sale Casimiro).

CASIMIRO – Qué es chica, qué gritadera es esa? Tú sabes que a mí no me gustan lecos y en ayunas mucho menos. (Se sienta en un taburete) 

SALOMÉ – Gua y por qué no te levantas pues?

CASIMIRO – Porque no me han llamao

SALOMÉ – No te han llamao; y te he jalao tres veces por las patas.

CASIMIRO – ¡Ah por eso; tú no sabes que yo no siento ná por las patas desde que me dio beriberi; me hubieras jalao por… la cabeza y hay mismo hubiera brincao

SALOMÉ – Bueno chico, deja la conversadera y pon los corotos en la mesa, que hay que serví de desayuno. (Vase rápida derecha)

CASIMIRO – No ve, eso es lo que ella sabe; mandáme a poné los corotos en la mesa, pero quereme, ni a tiros. Mire que yo le he buscao la vuelta a Salomé y nada, cará. Y por ella toy aquí, ah sí; si no fuera por ella, hum, hace mucho tiempo que yo hubiera pelao el cachachá, ah, sí. Qué porvení tengo yo aquí, to el día me la paso de acá pa allá y de allá pa cá como un trompo zarando, y pa qué? Pa ganá la comía, la ropa limpia  y cuatro pesos podrios? Qué negocio es ese? Si yo me quedo espantao: un hombre de averiá como yo, un hombre que brega (porque eso es verdá) ganando cuatro pesos. El amor, mi amigo, el amor. Por eso bien dicen que el cariño de una mujé jala más que una yunta e buey. Pero para que vea como son las mujeres; a mí me jala Salomé pero… yo como que no la jalo a ella. A ella como que la jalan de otra parte: mi (enseñando al cuarto de Luís y de Lola). Ah si! El señor me lo perdone… pero pa mi esa tá dando el… cielo por una concha e maní, por Don Luís; y él ná la vé con más desprecio que un borracho a una conserva. Ayer la escuché diciéndole a la hija de Don José León que ella y que no sabía lo que le pasaba, pero que se sentía incliná hacia Don Luís. Hum! Que se agarre, porque si se siente incliná es que ya vá a caé (mutis)

LUIS – (saliendo con Lola) Pero su aun no nos han servido el desayuno. Déjeme pedirlo. (medio mutis)

LOLA – No, déjalo, así es mejor; haremos como ayer tomamos una taza de café, salimos a dar un paseo por  campo y luego volvemos a desayunarnos con bastante apetito

LUIS – Bueno como tú quiera (Llamando). Salomé, Salomé¡

SALOMÉ – (dentro) a úú… voy Don Luís

LUIS – (Acercándose a Lola que está triste). ¿Qué tienes? ¿Por qué estás triste? ¿Te sientes mala?

LOLA – No

LUÍS – No me ocultes nada, Lola; tú sabes que sufro con tus pesares y gozo con tus alegrías.

SALOMÉ  – (Entrando. Se sorprende). Señor, ay!

LUIS – Trae dos tazas de café

SALOMÉ – Con leche o solo?

LOLA – Solo!

SALOMÉ – Bueno; se esperan una chinguita que ya va a hervir. (mutis)

LUÍS – Tu tienes algo Lola; tu siempre tan jovial, tan alegre, de pronto te has tornado taciturna y sombría algo te pasa; algo que tú me ocultas no se por qué (pausa)

LOLA – Pues mira, la verdad: estoy triste porque me voy.

LUÍS – (Con extrañeza). Porque te vas?

LOLA – Si! Porque me voy

LUÍS  Pero te gustaría quedarte aquí? Y vivir en estos montes, en esta soledad, en esta tristeza …

LOLA – Aquí o más allá, pero en el campo: que es donde se admira mejor a la naturaleza, donde se está más cercana de Dios. Tú sabes que estos pensamientos míos no son nuevos: sabes que hace tiempo deseo abandonar el teatro; cambiar esta existencia  bulliciosa  de aplausos y de ovaciones, por una vida de reposo apacible y tranquila.

LUÍS – Pero qué dices Lola mía? Abandonar tú el teatro cuando apenas empiezas: tu la cupletista más aplaudida la que ha sentido tantas veces sobre su frente el beso  de la gloria; tú que has visto prosternarse a tus plantas la legión más numerosa de admiradores. Oh! no, mentira, tu deliras Lola, tu deliras

LOLA – Delirar,  la gloria, los admiradores, mentira. La gloria es humo; los admiradores lo son mientras les divertimos, después, la indiferencia, el olvido, ni uno solo se acuerda de nosotros

LUÍS – (Mirándola fijamente). Nunca te había oído hablar del teatro con tan hondo desencanto.

LOLA – Porque hoy estoy convencida de que la vida del teatro es mentira; vida superficial, vida de farsas y de hipocresías. Tú sabes que no soy una mujer vulgar aunque para el público todas las artistas lo somos; tú sabes que entré en el teatro por ver si hallaba entre el bullicio de los bastidores, la alegría y el olvido que tanto necesitaba mi espíritu taciturno y triste, después de aquel desastre que tú conoces y que calló sobre mí como una tormenta espantosa

LUÍS – Pero Lola, a que hablar de cosas tristes en una mañana tan alegre

LOLA – Es que es preciso; quiero decirte una vez más como pienso; abrirte mi corazón a ti que eres el único hombre a quien he querido de veras porque eres el único también que has sabido comprenderme

LUÍS – Lola por Dios.

LOLA – (Llevando a Luís hacia la ventana). Mira: ves aquel palomar; pues así he soñado yo una casita, muy  blanca y muy alta; en la eminencia de una colina, para vivir allá contigo queriéndonos mucho, teniendo por únicos testigos las aves y las flores; las flores para que nos embriaguen con su aroma, y las aves para que alegren nuestra vida con el bullicio de sus trinos, pues sobre la copa de los árboles parecerán un enjambre de alados cascabeles.

LUÍS  – Lola mía: cuanto te quiero. (Abrazándola)

SALOMÉ – (entrando). El café. (Avergonzada). (Caramba! Tanto abrazase)

LOLA – (Tomando el café). Salomé entra en mi cuarto y tráeme mi sombrilla.

LUÍS – Si, y mi sombrero; ese que llaman de cogollo.

SALOME – Sí, señor. (mutis izquierda)

LOLA – Y el mío también

LUÍS – Creo que nuestro paseo de hoy será corto.

LOLA – ¿Por qué?

LUÍS – Porque ya el sol está un poco alto y además tenemos que preparar los equipajes: salimos mañana al amanecer.

LOLA – Es verdad. (con tristeza)

SALOMÉ – Aquí está (trayendo lo pedido)

LUÍS – (Poniéndose el sombrero). ¿Dónde vamos hoy?

LOLA – Vamos a los jagüelles.

SALOMÉ – Hay niña, eso está muy lejos.

LOLA – No hombre; que ha de estar lejos, en una hora  estamos de vuelta, ya verás.

LUÍS – Bueno. Vamos

LOLA – Adiós, Salomé

SALOMÉ – Adiós, pues que Dios los lleve con bien (se queda mirando por la ventana)

EUFRASIA – (dentro) Salomé, Salomé, Saloméééé

SALOMÉ – Voy tía, voy (Sin dejar de mirar)

EUFRASIA – (saliendo) ¿Qué haces hay  en la ventana? Mirando a los … maromeros esos; verdá?

SALOMÉ – Jesús, tía. Ellos no son maromeros

EUFRASIA – Y que son entonces?

SALOMÉ – Gua … artistas

EUFRASIA – Que artistas van a sé esos: una mujé que no sabe más que tá enseñando las canillas y que canillas, parecen dos varillas de catre; cualquier día se le quiebran. (Se sienta y apoya la cabeza entre las manos)

SALOMÉ – Ay! tía, pobrecitos

EUFRASIA – Yo te digo la verdá; si no fuera por lo que dejan y que uno necesita, yo no recibía esos maromeros en mi casa.

SALOMÉ – Pues a mí me son muy simpáticos y además en el pueblo dicen que son muy buenos.

EUFRASIA – (con desprecio) ¿Quién lo dice: Don Sebastián Borregales, el barriga e mero ese, que porque tiene real se cré que sabe más que tó el mundo y que por sus reales lo van a queré toas las mujeres: y el otro: el fatuo de el Sebastiancito Aguado que como ha estado en Caracas y el pae tiene… que sé yo cuantas cabezas ya se cré , y que lo que el dice es lo que vale?

SALOMÉ – Yo no sé tía, pero a mi me parecen buenas gentes. (con humildad)

EUFRASIA – Si: sobre todo él (con malicia) no es verdá, tú crees que yo no me fijo?

SALOMÉ – ¿En qué? Tía (baja la cabeza)

EUFRASIA – Jum. Salomé, Salomé: ándame muy derecha, porque te majo a palo. Eso es lo que tu sabes; pélale el diente a todos los forasteros y luego quien lo sufre soy yo, porque van cogiendo confianza y después no pagan. Acuérdate de lo que pasó el año pasao con el vagamundo aquél, que se presentó por hay tó muerto de hambre y de paludismo y que diciendo que era barítono y que cantaba el solo; el hambre era la que le estaba cantando a él en las tripas; hasta mi catre se lo di: las calenturas que pasó ese condenao en mi cama y pa ná porque en el tiempo que estuvo aquí no le vi nunca la cara a una locha. Mire si cá vez que me acuerdo me pesa no haberle hablao al negro José paque me le hubiera echao una paliza de a ocho reales; sin vergüenza.

SALOMÉ – Sí tía: pero todo el mundo no es igual; usté no tiene que sentí de esta gente en el tiempo que tienen aquí.

EUFRASIA – Ya lo creo: porque ya estoy más amolá que un cuchillo e zapatero, que si no,. Hasta me hubieran convidado a jugá escondío.

SALOMÉ – Sí, pero…

EUFRASIA – Y no me contesta ná: que hoy he amanecío que si me pican una vena no hecho sangre. Vaya a calentarme un poco de agua pá meté las patas a ver si se me quita esta puntá e cabeza que me tiene loca.

SALOMÉ – Pero si tengo que prepararle el desayuno a esa gente (haciendo mutis lentamente)

EUFRASIA – (Con ira). Que desayuno, ni que desayuno; primero son mis patas que el desayuno. Guá: si me descuido entre la sobrina y Casimiro me comen viva; si lo peor es tener buen carácter y ser cariñosa y… dulce, como yo; porque en lo que le descubren a una que es de papelón se le  pega el mosquero.

CASIMIRO – (canta dentro).

                                   El matrimonio es sabroso

                                    Yo me quisiera casá

                                   A los viejos no les gusta

                                   Porque no sirven pa ná

CASIMIRO – (con canasto al brazo. Entra silbando y calla de repente). Guá, doña, como ha amanecío?

EUFRASIA – Yo siempre amanezco bien

CASIMIRO – Me alegro: (poniendo el canasto en la mesa y sacando unas arepas) me costó más trabajo sácale las arepas a la negra Eduvigis: ya estaba acabando.

EUFRASIA – ¿Acabando tan temprano? ¿Qué hora son?

CASIMIRO – (Distraído acomodando al pan). Ya deben ser porque es bastante tarde. Además usté sabe que esa negra se pega e madrugá.

EUFRASIA – Eso es verdá; como trabajadora es de alante.

CASIMIRO – Se parece a mí

EUFRASIA – Si, como no; igualitos; ocho días, tienes  componiendo la palizá del corral, y toavía no has acabao; ; empiezas por la mañana y en cuanto está altico el sol lo dejas y te vas.

CASIMIRO – Gua, ya lo creo: y sí me da tabaldillo, pues; quien me va curá: además eso de trabajá es pa los bueyes; no, trabaja uno y trabaja y siempre el mismo fin,  el hoyo y su metro y medio de tierra en el pecho; eso si no lo reclutan a uno en cualquier guerrita de las que hacen aquí los caciques tó los días y se queda uno patas arriba en la sabana pa que los zamuros le falten el respeto ah, si!.

EUFRASIA – Tu no pues negá que has estao en Caracas; sabes más que barbero.

CASIMIRO –  Guá , pero si es verdá ; usté no ve que…

EUFRASIA – (interrumpiéndole). Mira, cállate la boca y siéntate aquí, que te voy a preguntá una cosa;  tú me vas a decí lo que yo quiero.

CASIMIRO – (aparte) Huum, qué será lo que ella quiere. (Se sienta a su lado)

EUFRASIA –  (con misterio). Escucha tú no te has fijao en que Salomé y el cómico este, como que…

CASIMIRO – Hummm, ya usté va por mal camino conmigo

EUFRASIA – Bueno, pero de verdá, ¿Tú no te has fijao en que ella como que le hace morisquetas al cómico?

CASIMIRO – (Extrañado). ¿Morisquetas? Yo nunca la he visto haciéndole morisquetas, como no se las haya hecho por detrás de mí.

EUFRASIA – Tú sabes lo que yo quiero decí, tu me comprendes y es que yo hace días que le noto muchas monerías con el hombrecito ese y el también como que la cucarachea

CASIMIRO – Bueno; eso de cucarachea, ¿es de cucaracha o de cucarachero?.

EUFRASIA – Yo creo que de las dos cosas, pero yo lo que quiero es saber la verda, que tú me la digas porque tú la debes sabe.

CASIMIRO – Yo, guá  ¿porqué?

EUFRASIA – Porque sí: tú todo lo sabes, todo lo averiguas, porque tú eres un hombre vivo y dispierto.

CASIMIRO – ¿ Dispierto? “Sí, pero ahora estoy dormío”

EUFRASIA – De manera que tú no has miraó ná?

CASIMIRO – Yo qué voy a mirá, señora; si yo apenas miro, usté no ve que yo me llamo Casimiro. Además a mi no me gusta meteme en cuestiones de familia, porque el que se mete en eso, siempre sale perdiendo. Mire, toque aquí (tocándose la cabeza) no siente el nudo; pues bueno eso fue un palo, si señor, un palo que me dio a mi Don Facundo Toro un día que le estaba acariciando el lomo al hijo con un araguaney y yo me metí a quitáselo. No hice más que meteme y tras, me abrió esa cabeza como una tapara; Ahí  tengo el nudo, no es embuste, treinta y seis puntos de sutura.

EUFRASIA – Bueno: pero to eso ta de más

CASIMIRO – De más, de meno, mire si tengo un hueco ahí.

EUFRASIA – No, digo que tá de más, todo eso que dices; aquí no hay taparas ni puntos de sutura.

CASIMIRO – No hay,  pero puede habelos

EUFRASIA – No, aquí lo que hay es que tú estás en mi casa, jartándote y cobrando cuatro peso mensuales, y  tienes la obligación de vigilame tó lo mío.

CASIMIRO – (levantándose). Ya ve; yo no juego ese juego, además ese empeño ahora pa que, si esa gente se va mañana.

EUFRASIA – Si, se van, pero Salomé se queda y yo necesito sabé que clase de mujé tengo yo en mi casa

CASIMIRO – Bueno, la vigilará uste; lo que soy yo no la vigilo.

EUFRASIA – Pues usté hace lo que yo digo, y si no ya está usté buscando pa donde ise.

CASIMIRO – Un momento, un momento.

EUFRASIA – Guá: usté yo no sé lo que se ha creío; jum! Usté esta viendo el mundo por un agujero conmigo.

CASIMIRO – Yo no me he creio ná, ni toy viendo por ningún agujero, sino que usté se empeña en que yo sea vigilante, y no soy. Cuatro años tengo con usté, y nunca hemos tenio ni un sí ni un no. To lo que uste ha dicho, yo lo he aceptao, pero esto que uste quiere ahora, no! Porque a mi me parece un papel muy feo.

EUFRASIA – Un papel muy feo, Uh!  hasta cómplice serás tú (mutis)

CASIMIRO – (pausa). Hum! Ahora si como que me despego yo.

DON SEBASTIÁN –(Desde la puerta). Buenos días.

CASIMIRO – (Sin verlo). Que hubo? (Viéndolo) ah! Es usté Don Sebastián; pase pa dentro.

DON SEBASTIÁN- (Entrando). Y qué: ¿la gente de esta casa como que se ha muerto?.

CASIMIRO- No,  señor. (Aparte) pero están en vísperas.

DON SEBASTIÁN -¿Y la bella Lolita y Don Luis? ¿durmiendo todavía?.

CASIMIRO- No señor: esa gente se levantó temprano y  se fueron a pasiá,  creo que pa los Jagüeyes.

DON SEBASTIÁN -Y que, ¿se van mañana por fin?.

CASIMIRO – Eso escucho decí.

DON SEBASTIÁN – Caramba, tan buenos ratos que nos ha dao esa gente.

CASIMIRO – (con sorna) Sí, muy buenos ratos

DON SEBASTIÁN – (Sentándose). Pues yo los voy a esperá porque ellos me convidaron para una reunioncita aquí esta noche como despedida, y yo quiero sabé el ultimátum de la  cosa para prepararle un regalito

CASIMIRO – Si, yo creo que, aquí hay algo esta noche

DON SEBASTIÁN – Anjá: ¿has visto algún movimiento?

CASIMIRO – Sí, señor; he visto mucho movimiento

DON SEBASTIÁN –  (pausa). Ah! mujercita bien simpática la españolita esa ¿no es verdá?

CASIMIRO – Si, señor, es muy simpática

DON SEBASTIÁN – Y bailando es una novedad, que movimientos y que pies, y queee…

CASIMIRO –(interrumpiéndole). Epa, epa, Don Sebastián, pa donde va ud.

DON SEBASTIÁN – No, es que eso es verdad; esa mujercita trabaja muy sabroso. Bueno ¿y ellos se desayunaron ya?

CASIMIRO – No señor, aquí  no hicieron más que toma café;  pero no se desayunaron; ahora puede ser que se desayunen por allá como el otro día en la pulpería de Don Roque Llano.

DON SEBASTIÁN – (Extrañando) ¿En la pulpería de Don Roque?

CASIMIRO – (Riendo). Si señor, esa gente es muy rara

DON SEBASTIÁN – ¿Y seguramente que saldrán de madrugaita?

CASIMIRO – Ya lo creo, si no, no llegan a dormir al Sombrero.

DON SEBASTIÁN – Yo, pue sé que los acompañe hasta el Cedral.

CASIMIRO – Ah!. Muy  bueno; de seguro que les gustará mucho, porque irán acompañaos y usté le servirá de baqueano.

DON SEBASTIÁN – A ella puede ser que le guste, pero a él no le agradará mucho.

CASIMIRO –Guá ¿y por qué?

DON SEBASTIÁN – Porque… como yo soy, como soy con las mujeres me puse a decirle el otro día tonterías a  Lolita y él como que oyó algo y no le agradó. (riéndose)

CASIMIRO – Ah! Don Sebastián  pa vagamundo, cará. No y ella me parece muy honraíta.

DON SEBASTIÁN – Hum ¡Quién sabe; esas bailarinas la que no hace llama, echa aunque sea humo.

CASIMIRO – Hum! Cará, usté tiene mas palabras que un diccionario

DON SEBASTIÁN  Hombre y a propósito, tú que te la pasas aquí con ella, ¿tú no le has visto, así… ningún tapadijo con alguno de aquí?

CASIMIRO – Yo; no, señor, porque usté sabe que esos tapadijos casi siempre son de noche, y yo en lo que dan las ocho, me enrollo en mi cobija y hasta por la mañana

DON SEBASTIÁN – Porqué de ella hablan en el pueblo

CASIMIRO – (con interés). Sí ¿y con quien Don Sebastián?

DON SEBASTIÁN – Con el melquetrefe ese, el hijo de Don Florencio Aguado.

CASIMIRO – El hijo de Don Florencio Aguado. Yo no lo conozco.

DON SEBASTIÁN – Si hombre, como no lo vas a conocer, Sebastiancito Aguado. Y es hasta tocayo mío por desgracia.

CASIMIRO – (como recordando). Sebastiancito  Aguado… pues no lo conozco

DON SEBASTIAN – Ah, capacho; como no lo vas a conocer, si él ha venío aquí

CASIMIRO – ¡Aquí!

DON SEBASTIAN – Ya lo creo

CASIMIRO – No habré estao yo en la casa

DON SEBASTIAN – Eso es otra cosa: pero el ha venío aquí, pocas veces, pero ha venío.

CASIMIRO – Ah! ah!… si hombre, ya sé quien es; ¿uno flacuchento él, que dicen que y que es poeta?

DON SEBASTIAN – El mismo, ese es el hombre

CASIMIRO – Caramba; como no, pero yo no sabía que ese mozo era Aguao.

DON SEBASTIAN – Aguado, Aguado, hijo de Florencio Aguado

CASIMIRO – Si, hombre, como no, pero yo no lo he visto aquí nunca.

DON SEBASTIAN – En donde más lo han visto es pasiando con ella por la sabana

CASIMIRO – ¿por la sabana?

DON SEBASTIAN – Eso dicen: yo no los he visto

CASIMIRO – ¿Pero sólo?

DON SEBASTIAN – Solo no, con ella.

CASIMIRO – No, digo, sin el marío

DON SEBASTIAN – Pues sin el marío

CASIMIRO – Pues no lo creo, Don Sebastián; porqué ese hombre se la pasa pegao de su muje como una garrapata.

DON SEBASTIAN – Pues eso dicen amigo Casimiro, cuidao como usté se está haciendo el musiú, y sabe de eso más que yo.

CASIMIRO – Quien sabe; pero ya le he dicho que no lo conozco sino asina de vista.

DON SEBASTIAN – Si es verdad, se lo creo, porque él no para aquí nunca. Ahora está recienvenío  de Caracas.

CASIMIRO – ¿De Caracas?

DON SEBASTIAN – Si, pero ha venío más tapao y más necio de lo que se fue.

CASIMIRO – De verdá, a mí me repugnan mucho esos hombres que ni comen ni dejan comé

DON SEBASTIAN – A quien tú deberías ayudá en ese asunto es a mi

CASIMIRO – ¿En qué asunto?

DON SEBASTIAN – En eso de Lolita

CASIMIRO – Yo… lo siento mucho Don Sebastián. (aparte) a mí como que me han visto la oreja blanca

DON SEBASTIAN – (Dándole palmaditas) No seas zoquete; mira yo tengo aquí esto (sacando una carta) para Lolita porque yo a pesar de que se van mañana, pienso hacer el último esfuerzo esta noche; porque esas mujeres a veces tienen resoluciones de golpe. Bueno tú te encargas de esto (enseñándole la carta) buscas un descuido del marío y se la das a Lolita con disimulo, que después yo te arrimo la canoa ¿qué te parece?

CASIMIRO –  (pausa) Mire Don Sebastián, yo le voy a decí una cosa; yo cuando tuve en Caracas vendía bastones y por plata sería hasta paragüero, pero bas… bueno eso que usté quiere, no me es posible, yo no tomo de eso.

DON SEBASTIAN – Pero ven acá

CASIMIRO – No, no me llame (aparte). No le digo; yo debo ajilá de aquí

SALOMÉ – (Saliendo con tazas y platos). Casimiro  ve acomodando esto en la mesa. Buenos días Don Sebastián. (acercándose)

DON SEBASTIAN – Que hay, Salomé: ya había extrañado no verte. Trabajando siempre.

SALOMÉ – Guá y que voy a hacé;  usté sabe que esa es la vida de los pobres.

DON SEBASTIAN – ¿Y Doña Eufrasia, donde está?

SALOMÉ – Por allá adentro, acostá, hoy amaneció muy embromada con la puntá de cabeza que le da siempre.

CASIMIRO – Salomé ¿qué más se pone en esta mesa?

SALOMÉ – Vete a la cocina y traete el plato con los tapiramos y la carne frita. (sale Casimiro)

DON SEBASTIAN – ¿Eso que van a poné es el desayuno de los cómicos?

SALOMÉ – Sí señor, pa que lo encuentren puesto cuando lleguen que de seguro traerán mucha hambre.

DON SEBASTIAN – ¿Pero esa gente come tapiramos?

SALOMÉ – Si señor, Don Luís se vuelve loco por ellos, lo mismo que por las arepas y a Doña Lola le gustan mucho los plátanos.

DON SEBASTIAN – Entonces, como dicen, le tiran palo a tó mogote

SALOMÉ – Ya lo creo, y si no lo hacen así por esto quilombos, pasarían muchos trabajos.

CASIMIRO – (saliendo). Tu tía dice que no ponga desayuno ninguno; que espere que ellos lo pidan porque de seguro que ya se han desayunao.

SALOMÉ – Bueno: entonces esperaremos que vengan.

DON SEBASTIAN – Y que hay Salomé, cuando te casas muchacha; se te esta pasando el tiempo

SALOMÉ – Yo como que no tengo esa dicha Don Sebastián; yo como que me voy a quedá pa vestí santos.

CASIMIRO – Guá, si se queda es porque ella quiere; yo estoy a la orden.

DON SEBASTIAN – Anjá; ahí o tienes pues.

SALOMÉ – Yo contigo; hoy sábado

CASIMIRO – No hoy es domingo; pero yo sé que eso no pué sé.

DON SEBASTIAN – Guá, por que; ¿tú no eres un hombre?

CASIMIRO – Eso creo yo: pero es que ella pica más alto                   

SALOMÉ – (con ira)  ¡ Qué pico más alto! ¡Qué me quiere decí tú con eso?

CASIMIRO – Yo ná; yo lo que hago es repetí lo que dice tu tía.

SALOMÉ – ¿Y qué es lo que dice mi tía?

DON SEBASTIAN – Bueno, no vayan a pelear por eso.

CASIMIRO – Guá, tu tía dice que tú y que le haces morisquetas al cómico

SALOMÉ – (con ira). Mira, Casimiro, no busques que te dé un chancletazo en el jocico, sabes; tú lo que tienes es envidia porque nunca te he hecho caso.

CASIMIRO – Que voy a necesitá yo de ti chica; mujeres las tengo así (haciendo ademán de que tiene muchas), pero, eso si Don Sebastián, las busco siempre de mi misma cuerda porque a mi no me entra que una blanca de categoría  se va a enamorá de un desgraciao como yo.

SALOMÉ – Qué hombre; si tú no sabes ni como te llamas

CASIMIRO – Pero se como se llaman los demás que es lo que a mí me interesa; tú te has creído que un hombre español como Don Luís de otra cuerda que no es la tuya, se va a enamorá de una pobre campesina como tú. Pero gracias a Dios que ya mañana se van y te vas a queda sin Dios y sin Santa María. (mutis foro)

DON SEBASTIAN – (Viendo a Salomé que ha quedado, inmóvil con la cabeza baja). Que te pasa chica, te has quedado clavá como un tronco. No seas zoqueta mujer, esas son tonterías que pasan, eso te lo ha dicho él por embromarte, o es que se han hecho daño de verdá las palabras de Casimiro?

SALOMÉ – (Con calma profunda). Si me han hecho daño, Don Sebastián, pa que le voy a decí mentira.

DON SEBASTIAN – Pero bueno ¿por qué? (pausa). ¿Es acaso verdá lo que él dice?

SALOMÉ – (Abstraída) De qué?

DON SEBASTIAN – Eso de que a ti… te gusta Don Luís

SALOMÉ – No

DON SEBASTIAN – Bueno, y entonces pues?

SALOMÉ – (pausa) Mire, Don Sebastián… a usté se lo puedo yo contar todo, porque usté es un hombre mayor y de respeto y me ha conocido desde que nací.

DON SEBASTIAN – Es verdá

SALOMÉ – Esté sabe cual ha sido mi vida desde chiquita: trabajá como una burra sin habe tenido nunca quien me considera, ni me dijera palabras cariñosas, sino más bien sufriendo los maltratos y los golpes de mi tía con quien quedé en el mundo desde la edad de siete años, después que murió mi mamá, que Dios la tenga en descanso (llora)

DON SEBASTIAN – No seas tonta mujer, no llores. (Consolándola)

SALOMÉ – Poco a poco fui creciendo como esas maticas delgaitas que crecen a orilla de los caminos y que parecen que se van a perdé porque to el mundo las maltrata, pero que al fin con la ayuda de Dios se salvan y llegan a grandes y en la primavera se llenan de florecitas como las demás. Así crecí yo hasta la edad de quince años; pero conmigo crecieron también los maltratos y los sufrimientos. Algunas veces me decía yo, ¡Dios mío! Pero la vida será esto na más: sufri y sufrí no gozá de na: pero al mismo tiempo veía a las demás muchachas del pueblo de brazo con sus novios paseando por  la sabana los domingos en la tarde y aquello me daba mucha tristeza, porque en medio de mi brutalidá yo comprendí que la vida de los demás no era triste como la mía;  sino que era, así como si de un rosal lleno de rosas, a los demás le hubieran dao todas las flores y a mi na más que las espinas. (Solloza)

DON SEBASTIAN – Pobre Salomé: caramba no pensé entristecerme hoy tan por la mañana.

SALOMÉ – Pa salí de aquella vida triste, Don Sebastián, yo no veía más que una manera: casame con un hombre que me quisiera bastante: y me enamoré de uno; de uno que me pareció bueno, pero al poco tiempo me convencí de que no me quería, porque  no tenia buenas intenciones pa mí.

DON SEBASTIAN – ¿Por qué? ¿qué te hizo?

SALOMÉ – En este mismo rincón conversábamos siempre y aquel hombre me decía unas cosas… que me daban mucha pena. Era de esos hombres que creen que las mujeres pobres no merecemos ningún respecto. Una noche me propuso que fuera con él y yo me eché a llorá porque comprendí que aquel hombre no me tenía tantico así de cariño. De esto hacen siete años y de entonces para acá yo no me he vuelto a enamorá más nunca.

DON SEBASTIAN – ¡Más nunca! No te lo creo

SALOMÉ –No me lo cree y ¿por qué?

DON SEBASTIAN –Porque tu eres buena moza y las mujeres buenas mozas son muy perseguidas.

SALOMÉ – Bueno, Don Sebastián, pa que lo voy a engañá: si me he enamorao; ahora estoy enamorá como no lo he estao nunca.

DON SEBASTIAN – Ahora ¿y de quién?… (pausa) ¿De Luís, el cómico?

SALOMÉ – Sí

DON SEBASTIAN –Pero muchacha, tú estás loca; tú no ves que ese hombre es casao.

SALOMÉ – Yo lo veo tó y no veo ná; ese hombre me ha emborrachao de cariño, porque me ha dicho palabras que ningún hombre me las había dicho nunca.

DON SEBASTIAN – Pero eso no puede ser, Salomé

SALOMÉ – Mire Don Sebastián, por él haría yo cualquier sacrificio; si me pidiera mi sangre, se la daría toda, hasta la última gota, aunque después me muriera.

DON SEBASTIAN – ¿Y cómo te nació ese amor? ¿Tú lo conocías a él antes de venir aquí?

SALOMÉ – No yo lo he conocio ahora: mes y medio que tienen aquí, donde como esté sabe se quedaron tanto tiempo por la enfermedad de doña Lola.

DON SEBASTIAN – ¿Y él ha hablao mucho contigo?

SALOMÉ – Mucho

DON SEBASTIAN – ¿Y donde?

SALOMÉ – La primera vez que me habló, fue una noche: Doña Lola se había acostao temprano porque decía que estaba cansá y mi tía también porque ese día me había dao la puntá de cabeza muy fuerte. El se había quedao en esa mesa leyendo unos papeles: yo estaba sentá en una piedra abajo de ese bucare que hay aquí  enfrente e la casa y cantaba una canción mientras esperaba a Casimiro que había salío pa cerrá la puerta y acostarme: la luna estaba como el día. Cuando yo acabé de cantá oí su voz muy cerquita de mi que me dijo: bonita voz, yo no sabía que usté cantaba tan sabroso; a mí me dió mucha vergüenza y ya iba a salí corriendo pa la casa, cuando sentí que me agarró por este brazo y me obligó a sentarme junto con él y a que volviera a cantá. Lo que pasó después yo no lo sé Don Sebastián, pero si sé que aquella noche la tengo clavá en mi pensamiento como la más feliz de mi vida. Casimiro volvió muy tarde: a esa hora se cerró esa puerta. Cuando yo entré en mi cuarto me temblaba  to el cuerpo, me arrodillé pa rezale a mi virgen del Carmen y no pude: entonces apagué la vela y en la oscuridá me pareció ver la cara e mi mamá que me miraba desde el otro mundo, pero no sé si me regañaba o si me bendecía (llora).

 DON SEBASTIAN – Pues hija, yo creo que ese cariño tan grande como me lo pintas, te hará sufrir mucho, porque si siquiera fuera un hombre libre podías tené alguna esperanza, pero casao…

SALOMÉ – Cuando una está enamorá no se fija en ná de eso; además yo soy muy conforme, yo sé que el se vá mañana y me preparo a sufrí mucho, porque yo sé que no lo veré más nunca. (oye ruido) Chist, viene gente.

SEBASTIANCITO – (Desde el foro, tipo ridículo de pueblo, sin exageración alardea de inteligente). Buenos días; ¿cómo están por aquí?

SALOMÉ – Adelante, Sebastiancito; dichosos los ojos que lo ven; usté desde que vino e Caracas , como que no le gusta visitá a los pobres.

SEBASTIANCITO – No; no me diga eso, usté sabe el profundo aprecio que yo les tengo a ustedes. (Viendo a Sebastián y acercándose a saludarlo). Guá cómo está Don Sebastián?

DON SEBASTIAN – (Dándole la  mano) Pa servile, joven

SEBASTIANCITO – (A Salomé). Y su tía y los huéspedes?

SALOMÉ – Ellos están paseando desde temprano y mi tía  se levantó esta mañanita, pero se volvió a acostá con su puntá e cabeza de siempre. Siéntese.

SEBASTIANCITO – (Se sienta). Que broma; su tía debía ir a Caracas para que la vieran la cabeza

DON SEBASTIAN – Yo creo que eso debe de ser bilioso; ella debía tomase en ayunas su tecito e naranja cajera con su puntico e ruibarbo.

SEBASTIANCITO  – O las píldoras de Brandel

DON SEBASTIAN – No las conozco

SEBASTIANCITO –  Son muy buenas. (Pausa saca un pañuelo y se seca la cara). Qué calorón hace!

SALOMÉ – De verdá, en estos días ha hecho mucha calor

DON SEBASTIAN – Y lo que embroma el calor a los animales

SEBASTIANCITO – Si es un calor canicular

SALOMÉ – De veras

SEBASTIANCITO – ¿Sus potreros son de ganado vacuno o caballar?

DON SEBASTIAN – Allá hay de todo. Ahora acabo e vendé un lote e mulas pa Valencia.

SEBASTIANCITO  – Anjá.

DON SEBASTIAN – Hombre y a propósito. ¿Cómo está Caracas de bestias?

SEBASTIANCITO – Pues se consiguen algunas buenas

DON SEBASTIAN – Pero serán caras y difíciles

SEBASTIANCITO – Caras, sí, pero difíciles no; en Caracas se consiguen un caballo con facilidá

SALOMÉ – Debe ser muy bonito Caracas ¿no es verdá? Yo tengo unas ganas de conocelo

DON SEBASTIAN – Sí, muy bonito, pero muy peligroso

SEBASTIANCITO – No, no digo eso Don Sebastián, aquella gente es muy buena, se siente una dicha inefable viviendo bajo aquel cielo y respirando aquel ambiente.

DON SEBASTIAN – Es que usté es poeta, mi amigo, y por eso todo lo ve bonito.                                       

SEBASTIANCITO – Así será, Don Sebastián; pero yo he gozado superabundantemente en Caracas. Aquellas mujeres que no parecen que caminan, sino que se deslizan insensiblemente sobre las aceras; los autos que cruzan como exhalaciones dejando un amable olor de gasolina; el puente de hierro, que se extiende como un hercúleo brazo sobre el río; la avenida del Paraíso, que me hace pensar  en los Campos Elíseos: los teatros, el circo de toros, el hipódromo con sus carreras épicas, en fin, tantas cosas, la Plaza Bolívar con sus retumbantes retretas, los impolutos expendios de cerveza, los apetitosos restaurantes, con su olor fiambresco y tanta cosa buena que pasa ahora por mi imaginación en ronda macabríca. Mientras que aquí ¿qué? Una inconmesurable cursilería y una tristeza… cementeriesca

SALOMÉ – ¿Y tó eso lo vió usté en Caracas?

SEBASTIANCITO – Todo eso y mucho más.

DON SEBASTIAN – Si, pero no nos lo cuente ahora, déjenos algo pa la noche, porque supongo que usté vendrá aquí a la reunión de esta noche

SEBASTIANCITO – Ya lo creo, el consorte de Lolita ha tenido la galantería de invitarme, y recitaré allí algo mío  en honor de la ibérica españolita.

DON SEBASTIAN – Me parece bien, ninguno más llamao que usté

SEBASTIANCITO – Ah! ya lo creo

SALOMÉ – ¿Y usté ahora no pone versos en los papeles como antes?.

SEBASTIANCITO – Si, en Caracas publiqué ahora muchos; mi último triunfo se lo debo al Mapurite.

DON SEBASTIAN – ¿Cómo al  Mapurite?

SEBASTIANCITO – Un soneto mío, titulado “El Mapurite” que fué una explosión en Caracas, es de mi libro que editó en “El Cojo Ilustrado”, y que titulo “El libro de los animales”

SALOMÉ – Ay. ¿Cómo es? Dígalo pa escuchalo, que esté sabe que a mí me gustan mucho los versos.

SEBASTIANCITO – ¿Lo quiere escuchar, Don Sebastián?

DON SEBASTIAN – Mire, déjelo más bien pa la noche, esas cosas se escuchan mejor de noche

SALOMÉ  –  Ay! qué bonito será

SEBASTIANCITO – ¿Y a usté le gustan los versos, Don Sebastián?

DON SEBASTIAN –  Pue yo a pesar de que no entiendo mucho de eso me gustan algunos, por ejemplo, hay un señor Castillejo y Diez que escribe muy bonito.

SEBASTIANCITO – Hágame el favor de decirme si yo, publicando hasta en el “El Cojo”, voy a quedarme viviendo aquí. Convénzase, Don Sebastián, nuestro pueblo es un arrabal inmundo.

DON SEBASTIAN – Pero no insulte tanto la provincia, amigo que quiera o no quiera, usté nació aquí.

SALOMÉ – Guá, y esa gente se ha dilatao, no pensarán volvé

SEBASTIANCITO – Yo me dirigí al templo apresuradamente esta mañana oír misa, pensando ver allí a Lolita como otros domingos, pero sufrí un hondo desengaño porque no estaba

SALOMÉ – Si no le digo, ellos salieron derechito pa los jagüeyes;  si acaso han entrao a la iglesia será ahora a la venia pa acá.

CASIMIRO – (desde el foro)) Salomé! Salomé!  Aguayta comostá esa zamurá en la sabana, de seguro que se le murió la vaca a Don Melchor.

SALOMÉ – (que ha subido a mirar) Bueno,  ¿y qué tiene eso?

CASIMIRO – (entrando) ¿Qué que tiene? Que él dijo que si se le moría la vaca, él se ahorcaba y lo hace, porque tú sabe que ese viejo es muy bruto.

SEBASTIANCITO – ¿Y qué tenía la pobre bestia?

CASIMIRO – Guá, tres días trancá

SEBASTIANCITO – ¿En dónde?

CASIMIRO – ¿Cómo en donde? trancá, trancá

SEBASTIANCITO – Ah¿ ya comprendo: no funcionaban sus órganos eliminadores y feneció. Pobre vaca y pobre viejo

DON SEBASTIAN – Yo le compraré el cuerpo pa que no lo pierda to el pobrecito

CASIMIRO – ¿Qué va? Don Sebastián, si to lo que tiene  ese viejo es robao

SALOMÉ – Cállate, Casimiro

CASIMIRO – (Con misterio a Salomé) ¿Y este hombre quién es?

SALOMÉ – Este es el hijo de Don Florencio

CASIMIRO – ¿Qué Don Florencio?

SALOMÉ – Aguado

CASIMIRO – Ah ¿este es Aguao? Y bien agüaito está el pobrecito

SEBASTIANCITO – ¿Con qué se nos va Lolita, Don Sebastián?

DON SEBASTIAN – Se le va a usté

SEBASTIANCITO – (riéndose con pedantería) No, señor, y a mí ¿por qué?

DON SEBASTIAN – (Hablándole bajo) Hombre, porque usted…

EUFRASIA – (saliendo) Salomé prepá… (reparando en Sebastián y Sebastiancito hace un movimiento de cabeza). Ya están aquí los dos Sebastianes.

DON SEBASTIAN – Guá, doña Eufrasia, ¿cómo sigue esa cabeza? (dándole la mano)

EUFRASIA – Ya estoy bien

DON SEBASTIAN – Al llegar pregunté por usté

SEBASTIANCITO – (Dándole la mano) Y yo también; apenas arribé a su morada, me informó Salomé de sus quebrantos, los cuales ha deplorado en grado superlativo

EUFRASIA – Muchas gracias

CASIMIRO – Que ha subido al foro. (Con alegría) Allá vienen ya

EUFRASIA – ¿Quién?

CASIMIRO – Don Luís y Doña Lola

SALOMÉ – (Desde el foro. Muy alegre) Ah, sí! ellos son

SEBASTIANCITO – (se mueve y se acomoda impacientemente) Preparémonos a recibirla como ella merece, Don Sebastián

DON SEBASTIAN – (Viéndolo moverse) Pero ¿qué le pasa?

SEBASTIANCITO – Yo no lo puedo remediar, Don Sebastián, pero en cuanto presiento la aproximación de un ejemplar del otro sexo, se me eriza el pelo, me flaquean las piernas, me siento una pelota en la garganta y se  me para la respiración.

SALOMÉ – Anja! Ya están aquí

MÚSICA

(Lola sale con un ramo de flores y mucha alegría)

DON SEBASTIAN – Salud a la bella

Reina del Cuplet

SEBASTIANCITO –  Beso a usted la mano

LOLA – Gracias

SEBASTIANCITO – No hay de qué!

DON SEBASTIAN – Mañana se alejan

para no volver

y queremos admirarla

quizá por última vez

LOLA y LUIS – En mucho estimamos

vuestras atenciones

y embarga el cariño

nuestros corazones.

SEBASTIANCITO – Y tú no dices nada,

graciosa Salomé

a la bella españolita

a la estrella del cuplet

SALOMÉ – Aunque nada canto

los complaceré

cantado este vals

que dedico a usted.

Es mi amor como la rosa del campo

que sola creció

 y de un lirio del valle, muy blanco

se enamoró.

Más el lirio pagó con desdenes

aquel amor,

y una tarde muy triste de invierno

la rosa murió

TODOS – Sin amor que triste es vivir

él nos llena de dulce ilusión.

 Sin amor que triste es vivir,

              Ah! Ah!

 Es mi amor como la rosa del campo

 que sola creció,

y de un lirio del valle, muy blanco

se enamoró.

Más el lirio pagó con desdenes

aquel amor,

y una tarde muy triste de invierno

la rosa murió.

Ven mi vida,

ven, ven, mi amor,

del vals gocemos

la dulce ilusión.

Tu me inebrias

de pasión,

ven conmigo,

mi vida a disfrutar del amor.

Ven, ven mi amor,

ven conmigo mi vida,

mi vida, mi amor,

amor.

Sobre el autor

*Estrenada en 1915. Foto: http://elespectadorvenezolano.blogspot.com

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