literatura venezolana

de hoy y de siempre

Acercamiento a la ironía en «Lucubraciones»

Por Javier Alexander Roa

Con un filoso bisturí, Alberto Jiménez Ure se sumerge en la ironía que expele en Lucubraciones («Universidad de Los Andes», 1994). Sin ninguna vacilación, describe, mediante su rítmica poética, a «quien le acecha» (en la Edad Media habría sido censurado por la Iglesia, calificándolo como adorador de Luzbel: y he ahí la confusión entre «Satanismo» e «ironía» en la «Conciencia Filosófica Pura»). Sabemos que, durante los Años 80, al escritor le censuraron y rechazaron la novela intitulada Adeptos (más tarde publicada por Fundarte, en Caracas, 1994). Según sus verdugos, rehusaron editarla para proteger la «Moral y Buenas Costumbres» de los venezolanos.

Con Lucubraciones, Jiménez Ure busca librarse de las «trampas terrenales» y rescatar el espíritu de la angustia. En la Primera Parte (Contra Súcubo) el autor nos envuelve en la sensualidad seductora de lo «maléfico», de la cual escapa y se refugia en la soledad. Rechaza lo que le hiere y atormenta, con intensa fuerza: «[…] (Maquillado) oculto en la belleza, Súcubo de acecha/Y espera, cual gato, detrás de una columna de edificio;/Viste, como siempre, sus mejores ropas:/Su cuerpo se mueve frente a mí, desafiante, una vez más./Porque cree que su poder excede./El trampeador asume que los hombres debemos pagar/Un altísimo precio para penetrarlo:/Ignora –quizá- que aún transformándose en Ella/Su poder no se instaurará, bajo artificio, en la obscuridad./Elige el nombre de Luzbel para no ser advertido Lóbrego,/Pero sus ojos no iluminan los caminos./Busca maravillarme con exquisitos bailes y mediante pócimas […]» (Ob. cit. P. 7)

Se hace difícil evitar nombrarla, pues, a quien se describe es a «Ella» (¿su mujer?): quien, cotidianamente, lo espera en un apartamento para materializar en él sus morfológicos rituales de alma convulsa. «[…] ¿Qué hacer frente a hechos que me lastiman/Y no tienen alternativas?»/Súcubo me ofende, me humilla con su calculada frigidez./En esos instantes he querido estar definitivamente lejos/De (él) Ella, falsa diosa que aun ni adorando al Demonio/Podría admitirla e ignorar que me lesiona./Exhibe azules ojos, pero su belleza no oculta/Su auténtica y abominable naturaleza […]» (Súcubo tiene ojos azules. Ídem., p. 10)

Esa forma irónica de protestar no lo hace sólo contra quien pareciera su pareja, sino también contra la sociedad (ese cúmulo de momias endurecidas). Se lamenta a causa de los «malos poetas» y escritores de este Siglo XX, y de los políticos mediocres «camuflados de académicos». Su «depresión» lo impulsa a colocar a Dios lejos de él: «[…] Me he quedado sin Dios:/Yo, que alguna vez fui su devoto./Me he transformado en un hombre/Cuyo destino de sí mismo depende./La oscuridad y el insomnio, una vez más,/Vuelven a hostigarme y precipitar/Cuanto a otros se presentó impío:/¿No será que debo experimentar/La redención mediante el desencanto religioso?/¿Por qué el Evangelio ya no es mandamiento/A seguir en este pueril, secular y mediocre Mundo […]» (Sin Dios. Ibídem, p. 17)

La poesía de Jiménez Ure es reflexiva, pero carnal. Algunos dirán que el autor luce «individualista» y «sentimental», propenso a lucubrar sobre lo «doméstico». Tal vez porque alude a su esposa e hijas en la «Cuarta Parte» del libro: «[,…] Alguna vez pensé que no amaría de verdad:/Que semejante (emoción) sensación psíquica/A los frívolos correspondía. Hoy, después de verlas,/Admito que jamás experimenté felicidad y dolor mayores/Ante sus alegrías y padecimientos./A ustedes, Gretell Sally y Alejandra Linssey, las amo sin límites […]» (Mis Hijas. Cfr., p. 21)

Sin embargo, a pesar de tanta angustia y lamento, el escritor no pierde la sensibilidad para enamorarse y ver a otra «Hermosura Divina y Diabólica» y se rinde ante la tentación lujuriosa que se presenta ante cualquier mortal. La «Cuarta Parte» del libro («Tarde Poética») es un rito profundo del Ser para el Amor, pero «contra Súcubo», y permitiéndole recuperar su espiritualidad. Los anhelos, el encuentro con otra probable y nueva amante, hacen que el autor olvide su desencanto.

Aquí Jiménez Ure nos alerta respecto a otro rasgo de su Ser: «[…] Hoy he visto más explícitamente la delicia de tu cuerpo/Frente a mí: muy próximo –en extremo- a resistirlo./He deseado tocarlo cual si fuese indisoluble al mío./Hoy he recordado las veces que te acaricié en mi alcoba,/Las ocasiones cuando –presa de una inenarrable felicidad-/Sin cortejo pueril falotré profundamente tu sexo./He soñado incontables veces que,/ Luego de tenerte desnuda bajo mi Ser Físico/La muerte podría sobrevenirme./Pienso que no es finalmente temible ni tan real como tu orgasmo/Y mi eyaculación: como el agua que purifica nuestras pieles/De la contaminación de un Universo maldito, y fuera del Mundo Sacro (Ella. Ibídem., p. 32)

Jiménez Ure rescata lo perdido de las «garras de una mercenaria» y encuentra en otra la «Luz Divina». Lucubraciones tiende a la acusación, al señalamiento «de lo mundano», a la comodidad de entregarse libre con la amante para la consumación de lo fálico y su santificación. Es, intensamente, alegórico, irónico, pero igual lírico. Su poesía logra cierta densidad con la experimentación semántica y sintáctica en su Lenguaje Poético, a la vez que impulsiva y existencialista. Lucubraciones es una «ceremonia» que devela a dos personas opuestas, el maniqueo rostro del hombre frente el mundo y sus tentaciones: representados en el «Bien» y el «Mal».

*Fuente de la imagen: biblioteca.lapoeteca.com

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