Por: José Ygnacio Ochoa
El libro de Eduardo Mariño A la salida del fastuoso recital (Monte Ávila Editores Latinoamericana, 2009) es una selección de poemas divididos en tres libros: Por si los dioses mueren (1995), La vida profana de Evaristo Jiménez (2005) y Nocturno del espeso mediodía, (inédito). Cada libro es una estancia en donde debemos detenernos para darle espacio a la imaginación. Es un juego de formas discursivas donde se permite andar acompañado del poema, la prosa poética confabulados con los giros confesionales. El poeta se dispone de la palabra como artificio para acoplar lo inadvertido de las emociones, es decir, que cada libro es una conmoción para que el lector active su ensueño. Veamos entonces: En el primer libro Por si los dioses mueren, es un artejo de inquietudes que están dispuestas como unos aforismos. Sentencias que van quedando en la memoria del lector. Es como si lo escrito estuviera en algún lugar desde hace ya siglos y el poeta nos lo descubre en este instante —el del poema—.
Lo pronunciado queda para leerlo entre líneas, da para detenerse y tomarse una copa de vino o un café, luego continuar en la búsqueda de emociones. Emociones que despiertan historias en miniaturas y, no por pequeñas en su extensión, implica que sean intrascendentes.
En el segundo libro La vida profana de Evaristo Jiménez prevalece el discurso en prosa, sin perder de vista su desplazamiento poético. Una forma de encuentros microficcionales para que el lector elija dónde se siente más a gusto para decidir con cuál de ellas estar en lo infinito de esos mundos. El poeta se vale de sus referentes. No lo duda en llevar a las páginas personajes y escritores de otros tiempos, tal es el caso de Jorge Luis Borges, Charles Baudelaire, entre otros. Estos escritores-personajes surgen entre epígrafes, poemas y silencios. Las micro historias poetizadas, permítanme el juego de términos, van de la mano de Mariño. El acto de la enunciación va más allá, la voz poética se descubre entre escritores —insisto en ello— y entre aquellos espacios de la cotidianidad para llevarlos a su momento, el de la intensidad que se va haciendo con la presencia del canto en prosa. El agua flota porque el deseo del poeta Mariño lo enciende en su intimidad. La virtud del poeta está en descubrir con su discurso aquello que vive en las inclinaciones espaciales en donde la razón no tiene cabida:
Al final de la resaca de catorce años
y veinticuatro días
Con la imperfecta sudoración
del tiempo en las manos
voy tomando conciencia
de la novedad precisa
en mi rancio dolor de las mañanas.
El tiempo duele a pesar de las explicaciones. La sudoración no se detiene, quizás la conciencia sí. El tiempo no se descompone, en todo caso, va como el secreto antiguo del hechicero: juego alquímico de las palabras. Signos que unidos se transforman en: tinieblas/almas, ciudades/asombros, espejo/sustancia estas tres combinaciones, como ejemplos de la confluencia de estados y sensaciones, porque después de todo somos solo eso: alucinaciones-sacudidas. El acercamiento de la seducción es inevitable por cuanto la piel es texto-poema. A la salida del fastuoso recital contiene su esencia en el vocablo. Entonces, por qué privarnos de su sonoridad. Todo el libro es para ser contado con una voz susurrada y con detenimiento. El encanto está en el descubrirse en un tres en uno, veamos, «canto-poema-cuento»: […]…Ahí radica el misterio de la poesía: hacer que la apariencia sea creíble hasta el martirio…, luego el arrumaco de lo inenarrable con el sentimiento. El poema quizás no sirva para nada, es muy posible que las convocatorias vayan por otros caminos; sin embargo, ese poema como escritura única, cura la herida, resguarda la memoria y permite pensar en lo que fue y en lo que viene. Seguimos en el libro, el poeta con la presencia de su otredad —Evaristo Jiménez— se corresponde con Homero, Job o cualquier mujer-personaje de la calle, aquello que pertenece a cotidianidad para maniobrar con el sustantivo en su interioridad: Mariño por Mariño o poema por poema como discurso: Dispones de un único/ sórdido instante/ en el labio primigenio:/ Nunca/ te reniegues al sueño. Se sugiere un imaginario que está en la memoria de cada lector. Éste será quien se descubra en el poema, para, en seguida convertirnos en nosotros, el otro.
Es evidente que el poeta rema con el vocablo sin imperativos como las nubes de flor que entran con la noche de este reino de contrarios y con los delfines de lugares desconocidos que bajan por la necesidad de quedarnos con sus conversaciones de otras vidas y otros vinos y otras luchas de templanzas o como nos lo descubre el siguiente poema:
Oráculo vestigial
Todo abismo parte del cielo
y esto es parte
del enigma diario,
como el número de días
que faltan para el amor
o los enteros sueños
que no te cuenta
una pálida voz.
Todo es una alucinación de imágenes. Cada clase de palabra adquiere otra notoriedad. Es la naturaleza del poema que aflora en su desnudez. ¿La confesión de lo esencial? El desgarro de la emoción sin explicación alguna, algo así, me hago entender: sin palabra pronunciada no existe vida, en consecuencia, lo extraño del pensamiento se viene desde la nostalgia con aguas de ensueño, la voluptuosidad de campanas con colores en su inclinación, insisto, lo inexplicable ante el efecto imaginativo. Paisajes análogos a la desesperanza que trepan con fantasía en el libro de esa, la lejanía, que se dispone en su lentitud para descubrirse en una o dos líneas, como el poeta Mariño. No importa dónde lo encuentre la mañana; puede ser en Ciudad Ojeda, Copenhague o San Carlos de Austria, importa poco, después de todo somos lentos como llovizna.
El poema me atrapa como lector porque en él se dispone una relación de complicidad, se deviene el enunciado ordenado por la palabra misma donde se descubre el sentido de lo humano sin pretender enseñar, —porque esa no es la intención— solo se cuenta para deslastrar lo que me convierte en comprensible sin conceptos, es decir que lo que se denomina es porque se transfigura en el sentir, en dolor, en las ausencias y en el instante de la soledad. La palabra-verbo se designa porque pasa por el tamiz de la comprensión sentida, al instante la expresión va con el sentido intuitivo del canto. Después de todo, seguiré con la lectura de A la salida del fastuoso recital, quizás me encuentre con Samuel R. Delany en algún paraje de mis sueños.